Sus amigos cercanos dicen que es un tacaño.
Ingvar Kamprad, con sus 23.000 millones de dólares como fortuna es uno de los hombres más ricos del mundo, pero sigue aplicando la regla de oro de “céntimo a céntimo”.Así es como se hizo este multimillonario que coge el metro para ir a trabajar. Y cuando conduce, lo hace en su Volvo de 18 años. Nada de derrochar en el último modelo, aunque la nómina lo permita.
El fundador de la exitosa empresa sueca de muebles y productos del hogar comenzó vendiendo cerillas cuando era un chaval. Las compraba al por mayor en Estocolmo y las vendía con un margen justo de beneficio en el pueblo donde nació. Poco a poco escaló en la categoría de los productos: pescado, semillas, decoraciones navideñas, bolígrafos, carteras, joyas…Alquilaba una furgoneta de leche para repartir los pedidos. Hasta que a los 17 años su padre le premió su buen hacer escolar con un aguinaldo que destinó a la apertura de Ikea.Aprovechando los productores locales pudo mantener los precios bajos y en 1953 abrió la primera tienda dedicada exclusivamente a los muebles, después de abandonar el resto de productos.
63 años después cuenta con un conglomerado de 200 establecimientos en 31 países, 75.000 empleados y unas ventas anuales de 13.500 millones de euros. Sin olvidar la división de banca y otros brazos económicos que se extienden por ejemplo al ámbito de la distribución y la manufactura.
Sin embargo y a pesar de su boyante cartera Ingvar Kamprad se permite pocas extravagancias de adinerado. Sigue volando con las aerolíneas de bajo coste y se aloja en hoteles baratos. Y si siente la necesidad de beber un botellín de agua del minibar, lo repone comprando otro en una tienda económica. En vez de pagar cinco euros como hice yo recientemente.
Que el hombre supo cómo hacer dinero y sabe cómo cuidarlo a sus 78 años. Su residencia oficial está en Suiza, un país especialmente amable con los ricos como él, aunque tampoco se priva de una fantástica casa en Provenza. Y al final su frugalidad también le sirve para hacer donaciones filantrópicas. Todo un personaje.
El fundador de la exitosa empresa sueca de muebles y productos del hogar comenzó vendiendo cerillas cuando era un chaval. Las compraba al por mayor en Estocolmo y las vendía con un margen justo de beneficio en el pueblo donde nació. Poco a poco escaló en la categoría de los productos: pescado, semillas, decoraciones navideñas, bolígrafos, carteras, joyas…Alquilaba una furgoneta de leche para repartir los pedidos. Hasta que a los 17 años su padre le premió su buen hacer escolar con un aguinaldo que destinó a la apertura de Ikea.Aprovechando los productores locales pudo mantener los precios bajos y en 1953 abrió la primera tienda dedicada exclusivamente a los muebles, después de abandonar el resto de productos.
63 años después cuenta con un conglomerado de 200 establecimientos en 31 países, 75.000 empleados y unas ventas anuales de 13.500 millones de euros. Sin olvidar la división de banca y otros brazos económicos que se extienden por ejemplo al ámbito de la distribución y la manufactura.
Sin embargo y a pesar de su boyante cartera Ingvar Kamprad se permite pocas extravagancias de adinerado. Sigue volando con las aerolíneas de bajo coste y se aloja en hoteles baratos. Y si siente la necesidad de beber un botellín de agua del minibar, lo repone comprando otro en una tienda económica. En vez de pagar cinco euros como hice yo recientemente.
Que el hombre supo cómo hacer dinero y sabe cómo cuidarlo a sus 78 años. Su residencia oficial está en Suiza, un país especialmente amable con los ricos como él, aunque tampoco se priva de una fantástica casa en Provenza. Y al final su frugalidad también le sirve para hacer donaciones filantrópicas. Todo un personaje.
Buen ejemplo para hacer dinero
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